__________________________________________________________________________________Dame lo superfluo, que lo necesario todo el mundo puede tenerlo - O.W.

lunes, 16 de enero de 2012

Preparando el final (primera parte)

Escena. Boliche. Humo por todas partes, música que no dejaba pensar, 5 am. La abrazaron por la cintura. Cerró los ojos y sintió esa protección que solo sentía a su lado. De golpe, notó esa angustia vertiginosa de vacío, sentía que se caía. Pero eso no importaba ahora, solo tenía que aguantarse sus ganas de llorar. Eso no empezaba acá.
Unas noches atrás Ursula optó por quedarse en casa. No logró conciliar un sueño profundo, porque imágenes de todo tipo llegaban a su inconsciente. Tal vez era extraño, porque había cambiado su rutina de música altísima, alcohol hasta vomitar y borrar recuerdos de personas de una sola noche
Esa mañana, el calor había invadido la ciudad. Ese tiempo, era parte del día que ya había olvidado por su invertida vida nocturna. Todo lo que era, y poseía, era capaz de cambiarlo absolutamente todo por un solo día como aquellos tiempos felices: dejar de lado tanta distracción involuntaria para volver a ser lo que era, incluso aunque nadie lo notara.
Como si nada hubiese pasado, se vistó y tomó el primer tren que la llevaba a su destino, donde lo único que recolectaba eran halagadoras miradas por todos lados. Estaba hermosa y rebosante de confianza en sí misma. Mientras que a su alrededor, el calor absorbía toda la energía a su paso, ella estaba inmutable.
Dio unas vueltas y se sentó, cuando su corazón comenzó a ansiarse y agitarse como loco. Pensar que esos diez minutos, eran los que la separaban del principio del fin.
Él salió. Ella lo vio, pero ocultó su euforia en un pedazo de papel y globos de chicle. En cuanto él la vio sus ojos cambiaron su ansiedad, por dulzura, y expresaron esas ganas inaguantables de echarse a correr y abrazarla. La veía tan perfecta, naturalmente impecable, como sacada de un cuento del cual era la heroína.
Sin embargo, Ursula lo esperó con un suspiro, de esos que no dicen nada, pero dicen TANTO a la vez...
Miles de palabras podrían haberlo reemplazado, pero optó por el silencio, y esa desilusión de que las cosas que no eran como quería, pero si como debían.
Al final de la tarde, la nada misma inundaba su interior, porque fue un desperdicio de su tiempo gracias a que él, estúpidamente no logró interpretar sus acciones. Su mirada empañada, la distancia impuesta, y las ganas de no querer saber, no fueron suficientes para que aquel mismo que tanto amó, demuestre toda su verdad.

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