una persona
la independencia es un logro importante en la vida, pero debe tener también su justa medida, porque ser ABSOLUTAMENTE independiente no parece que tampoco sea el gran paradigma de la existencia.
Por ejemplo, la que se ve en esas personas que abandonan su matrimonio y sus hijos en nombre del amor y la independencia, aunque en el fondo lo hacen por razones egoístas bastante fáciles de suponer. O la de aquellos que desatienden a su familia, o traicionan a sus amigos, o renuncian a sus principios, en razón de un desmedido afán de afirmación personal en su trabajo, por ganar más dinero o alcanzar mayores cotas de poder. O la que se ve en aquellos otros que hablan de romper las cadenas, liberarse, vivir la propia vida…, y en realidad están con ello sujetándose a otras cadenas que suponen dependencias mucho más fuertes, porque son dependencias que están en su interior: en una búsqueda egoísta de placer o comodidad, en una renuncia a enfrentarse a la propia responsabilidad, o en echar la culpa a los demás de todo lo que les resulta difícil en sus vidas.
La vida, por naturaleza, es interdependiente. El hombre no puede buscar la felicidad poniendo la independencia como valor central de su vida. De entrada, porque cualquier logro en la vida afectiva de una persona pasa necesariamente por depender en cierta manera de su mujer, su marido, sus hijos, sus amigos, su proyecto profesional, etc.; y todos también necesitamos depender de unos principios, ideales y valores que dan sentido a nuestra vida.
En definitiva, se puede ser independiente y comprender que se avanza más trabajando en equipo, que necesitamos enriquecer nuestro pensamiento con el de otras personas, que hay que ser fiel a unos valores acertados, o que todo hombre necesita dar y recibir afecto. La vida ha de plantearse buscando compartirla profunda y significativamente con otros, y esto supone siempre un contrapunto ante un afán de independencia mal entendido.
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